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Este fin de semana he estado con Paula en el Pirineo Navarro. Hemos estado alojados en el Refugio de Linza y desde ahí hemos subido algunos montes. Tanto la cantidad de nieve en la zona como el tiempo han sido fantásticos, así que hemos disfrutado muchísimo.

El viernes 25 por la tarde la cosa se complicó en el trabajo, así que terminé un poco más tarde. Fui al gimnasio y a la vuelta salí corriendo con un montón de bolsas y dos mochilas, como si me fuera dos semanas en lugar de dos días, esperando no haber olvidado nada. Había quedado con Paula a las 19:30 en Elortz, un pueblo a las afueras de Pamplona, pero llegué una media hora más tarde. La avisé antes de salir. Conduje tranquilamente y una vez allí metimos todas sus cosas en mi coche y tiramos hacia el Refugio de Linza (1.330m). Al rato de salir, a Paula le dio la impresión de haberse olvidado las botas. Paramos y en el coche no estaban, así que condujimos de vuelta hacia el suyo. Allí tampoco estaban. Se las había olvidado en casa. Al menos llevaba zapatillas de monte y aunque no podría usar sus crampones con ellas, ya pensaríamos algo si encontrábamos mucha nieve. Llegamos al refugio de noche. El cielo estaba totalmente despejado y se podían ver miles de estrellas claramente. Hacía frío, unos 0º. En el refugio nos dieron de cenar y luego estuvimos un rato al calor de la chimenea, bebiendo Jägermeister y ajustando mis crampones antes de acostarnos, sobre las doce, para levantarnos temprano al día siguiente.

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El sábado 26 nos levantamos a las 7:30, bajamos a desayunar, preparamos la mochila y salimos a las 8:40 desde el refugio hacia la Mesa de los Tres Reyes (2.428m). Aunque todavía hacía frío, el día era estupendo. Esperábamos no encontrar mucha nieve o al menos encontrar huella hecha para no tener que utilizar los crampones, así que Paula no los llevó. Comenzamos a ascender por sendero entre prados y laderas de montaña por un tramo del GR-11, disfrutando de un paisaje maravilloso. Después de alrededor de una hora andando llegamos a la Hoya de la Solana, desde donde comenzamos a ver la Mesa de los Tres Reyes a la izquierda y el Petrechema a la derecha. Tenían nieve, pero no demasiada. Atravesamos la Hoya y llegamos a una bonita zona kárstica salpicada de pinos negros donde ya había pequeñas calvas de nieve. Al bajarla para llegar directamente a la falda del macizo encontramos mucha más nieve y muy dura en una zona de sombra, aunque era un tramo sin pendiente que incluso se podía sortear. Desde ahí comenzamos la ascensión, lentamente y prácticamente paralela al macizo. La cantidad de nieve se incrementó bastante, pero al estar al sol tenía un punto muy agradable. Se podía caminar bien y había huella marcada. Subimos poco a poco y disfrutamos mucho en este tramo. El paisaje era realmente precioso, con una mezcla de roca y nieve a partes iguales. El sol brillaba y no había una sola nube en el cielo. Tampoco hacía demasiado viento, e incluso hacía calor cuando cesaba por completo. Pensábamos que con ese tiempo encontraríamos mucha gente por el camino, pero sólo nos cruzamos con un par de parejas.

Ya en la falda hay dos formas de subir: una directa por la cresta y otra más suave que da un rodeo por la parte derecha. Probamos la segunda pero llegados a un punto había una lengua de nieve muy dura que no se podía subir sin crampones, así que volvimos hacia atrás y subimos directamente por la cresta, que aunque más escarpada, no tenía nada de nieve. Llegamos a la cima, sacamos unas cuantas fotos, disfrutamos de las maravillosas vistas de los montes cercanos y de todo el Pirineo occidental al fondo, que se veía claramente, y comenzamos a descender. Paramos a media falda a picar algo y después bajamos tranquilamente por el mismo camino, sacando fotos y disfrutando de la nieve.

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Cruzamos de nuevo la parte en sombra, más helada, antes de subir un tramo para atravesar la zona kárstica y bajar a la Hoya de la Solana, donde cogimos un desvío para subir al Petrechema (2.371m). Esta vez nos encontramos mucha menos nieve. Prácticamente pudimos sortearla toda, andando por sendero muy bien marcado entre pradera y pedregal hasta llegar a la cresta de subida. Este monte tiene una cresta muy prolongada y con pequeñas lomas intermitentes, lo que hace que al comenzar a subir sólo veas la primera loma, pensando que la cima está ahí cerca. Pero después de cada loma aparece una nueva, lo que resulta desalentador. No obstante, no es una subida complicada ni demasiado empinada. Llegamos a la cima y sacamos unas fotos más. Este monte es en realidad la antecima de una aguja algo más elevada llamada Pic d’Ansabère (2.377m), donde la única manera de ascender es rapelando para después escalar una pared de unos 40m por encima del quinto grado. Después de las fotos de rigor bajamos rápidamente de la cima para evitar el frío viento, de nuevo por la cresta. Cuando llegamos a la falda comimos algo, ya guarecidos del viento en una zona todavía empinada pero de bonitas praderas. Después continuamos descendiendo hasta retomar el sendero de vuelta hasta el refugio, donde llegamos hacia las cinco. Era todavía de día, aunque en un momento oscureció completamente.

En el refugio tomamos un par de cervezas y charlamos un rato de nuevo al calor de la chimenea. Después nos dimos una ducha y bajamos a cenar, devorándolo todo. Nos sentamos a la mesa con dos vizcaínos muy salaos, llamados Patxi y Pablo, que por lo visto conocían a la gente del refugio. Después de cenar sacaron un juego de fichas con números llamado Rummikub, muy entretenido, y estuvimos jugando unas partidas y bebiendo licores hasta alrededor de las doce. El día anterior no dormí mucho, pero este pude dormir como un tronco, al menos hasta las cinco o seis de la mañana.

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El domingo 27 nos levantamos de nuevo sobre las 7:30, desayunamos, recogimos todo, pagamos la cuenta y cogimos el coche para conducir hasta el aparcamiento de Arette la Pierre Saint-Martin (1.760m), donde llegamos a las 9:45. El día era incluso mejor que el anterior. Nada de nubes, nada de viento y una temperatura perfecta. Comenzamos a caminar por sendero y enseguida llegamos a la falda del Arlas (2.044m), que rodeamos por la derecha. Desde allí ya se podía ver el Pic d’Anie (2.507m), imponente, puntiagudo, muy nevado y precioso. Seguimos por senda sin dificultad, subiendo y bajando lomas durante alrededor de hora y media. Fuimos solos durante todo el camino, pero en un momento dado alcanzamos a cuatro montañeros y comenzamos a subir detrás de ellos. A mí me parecía que iban despacio. Le comenté a Paula que podríamos adelantarlos pero me dijo que ella iba bien, así que continuamos detrás durante alrededor de veinte minutos.

Llegó un momento en que nos paramos todos en un punto, donde encontramos a dos tíos más. Justo enfrente había una pared bastante inclinada, de unos 45 grados, en sombra y repleta de nieve. La pareja estaba subiendo sin crampones, pero a duras penas y con muy buenas botas, y el resto había decidido ponérselos ya. Yo pude subir un tramo medio trepando por entre las rocas, pero era bastante peligroso porque la nieve estaba muy dura. Cuando estaba casi arriba Paula me gritó que subiera yo solo, que ella se quedaba porque no podía ponerse sus crampones en las zapatillas. Comencé a bajar. El grupo de cuatro le preguntó a Paula y ella les comentó que se había olvidado las botas, así que decidieron intercambiar crampones. Afortunadamente uno de ellos llevaba botas para crampones semiautomáticos y pudo ponerse los de Paula, así que le dejó los suyos a ella. Yo me puse los crampones también y comenzamos a ascender. Paseamos por nieve durante unos quince minutos. Luego nos quitamos los crampones para continuar por una zona también con pequeñas calvas de nieve, pero por las que se podía caminar sin problemas.

Llegamos a una zona kárstica debajo de la falda. Anduvimos un rato por allí, subiendo y bajando entre rocas y nieve, hasta que llegó un punto en el que la cantidad de nieve ya era mayor y se andaba más seguro con crampones, así que nos los volvimos a poner. Toda esta zona era de ensueño, subiendo y bajando pequeñas lomas y cruzando pequeños puentes de nieve, con el cielo azul y el sol brillando. Disfrutamos muchísimo hasta que por fin llegamos a la falda. Había algunas personas subiendo y se veían realmente pequeñas, y la falda estaba completamente nevada y se intuía muy empinada. Habíamos visto a gente subiendo por distintos sitios, pero se veía un camino muy bien marcado con huellas que subía por la ladera al sol. Decidimos subir por ahí. Cuando llegamos a la falda, efectivamente la pared superaba los cincuenta grados de inclinación, y al mirar hacia arriba la cima se veía realmente lejos, así que nos lo tomamos con calma. Yo subía delante y Paula iba detrás, a unos veinte metros. De vez en cuando paraba a ajustarse los crampones porque con zapatillas no conseguía fijarlos del todo, pero aun así no nos quejábamos porque habíamos tenido una suerte tremenda de encontrarnos con el grupo de navarricos. A media falda la pared era todavía más inclinada. Debería tener unos sesenta grados y mirando hacia arriba se prolongaba eternamente. Yo había decidido subir clavando los crampones en lugar de seguir las huellas, pero la nieve estaba algo blanda y me estaba patinando mucho, así que no estaba disfrutando demasiado. Más tarde decidí subir por las huellas, que aunque me obligaban a dar unas zancadas enormes, al menos permitían que no me resbalase. De esta forma me recuperé un poco y comencé a subir más a gusto. En un momento miré hacia arriba y vi al grupo de navarros bebiendo agua, a unos cincuenta metros, y pensé que habían parado allí a descansar. Les alcancé en unos minutos y cuando llegué vi que estaban ya en la cima y que no había más monte que subir. Enseguida llegó Paula, nos hicimos unas fotos, charlamos un rato con ellos, disfrutamos de las aún más impresionantes vistas que el día anterior, viendo de nuevo todo el Pirineo al fondo y la Mesa de los Tres Reyes enfrente, y bajamos unos metros a comer algo antes de descender.

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El descenso fue muy sencillo y también muy divertido. Estuve sacando fotos durante todo el camino y cada dos por tres nos parábamos a repetir lo alucinante que era el paisaje, el tiempo, y la suerte que habíamos tenido en todo momento. Dejamos la falda atrás y continuamos subiendo y bajando lomitas de nieve y roca de nuevo, esta vez relajados siguiendo las huellas de otros, volviendo por un camino distinto por el que fuimos. Seguimos avanzando y avanzando hasta que la nieve comenzó a escasear y nos quitamos los crampones. Continuamos sorteando pequeñas lomas hasta que nos encontramos de nuevo con el grupo de navarros. Tras largo rato serpenteando, siguiendo el sendero de vuelta, llegamos de nuevo al Arlas, lo rodeamos, sacamos unas fotos más y enseguida llegamos al aparcamiento, sobre las cuatro.

Allí estaban casi todas las personas que nos habíamos encontrado por el camino, que no eran muchas para el día tan bueno que hizo. Nos cambiamos, saludamos a todos, nos despedimos y condujimos de vuelta hacia Pamplona parando a tomar una cerveza en Isaba. Enseguida se hizo de noche. Llegamos de nuevo a Elortz, donde nos despedimos. Paula para conducir hacia Donosti y yo hacia Haro después de un fantástico fin de semana. La ascensión al Pic d’Anie ha sido hasta el momento la más bonita que he hecho, aunque el día anterior también fue espectacular.

Más

Fin de semana en el Pirineo Navarro — 25-27/11/2011 — Álbum de fotos en Picasa.

Referencias

Linza Hasiera — Página web del Refugio de Linza.
Hiru Erregeen Mahaia (2.428m) — Descripción de la Mesa de los Tres Reyes en Mendikat.
Petretxema (2.371m) — Descripción del Petrechema en Mendikat.
Pic d’Ansabère (2.377m) — Descripción del Pic d’Ansabère en Mendikat.
Arlas (2.044m) — Descripción del Arlas en Mendikat.
Auñamendi/Pic d’Anie (2.507m) — Descripción del Pic d’Anie en Mendikat.
The Original Rummikub — Página oficial del juego de mesa Rummikub (incluso se puede jugar online).